En el pueblo, todo el mundo conoce a Manuel. Quiere ser torero. Tiene 12 años. Es un aprendiz torero, un maletilla.
Como él, muchos lo intentaron, pero ninguno lo consiguió. Hablando de Manuel, los ancianos del pueblo opinan que la cosa va en serio. Piensan que tiene valor y carácter.
Entrena todos los días en la placita de toros del pueblo. Presencia todos los festejos taurinos. Solo sabe hablar de toros y toreros. Para él, es una verdadera vocación.
Como él, muchos lo intentaron, pero ninguno lo consiguió. Hablando de Manuel, los ancianos del pueblo opinan que la cosa va en serio. Piensan que tiene valor y carácter.
Entrena todos los días en la placita de toros del pueblo. Presencia todos los festejos taurinos. Solo sabe hablar de toros y toreros. Para él, es una verdadera vocación.
Esta noche, decide actuar. La luna es llena. Ilumina perfectamente la oscuridad. Se escapa por la ventana de su cuarto mientras sus padres están dormidos.
Se aleja en silencio del pueblo, para que no lo vean. Se dirige hacia la finca vecina donde pastan los toros bravos. Su decisión esta tomada: va a torear, solo, un verdadero toro en el campo.
Después de varios kilómetros recorridos y muchas vallas saltadas, el cortijo se dibuja a lo lejos. Sabe que los toros adultos se encuentran detrás de la casa. Se fija en un soberbio toro negro zaino, echado debajo de una encina. Su corazón retumba ruidosamente. Se acerca en silencio. El toro lo ve, da un respingo y se levanta. El maletilla se sobresalta. Da un pasito para atrás y se para. Tiene mucho miedo. No sabe que hacer. Esta paralizado. Solo ve lo sojos brillantes del toro. Pasan unos segundos interminables. Se le ocurre huir y volver a su camita calentita. Se da cuenta que esta haciendo una enorme tontería.
No obstante, se convence. No puede irse, sino nunca será un gran torero. Saca su muleta que escondía debajo de su camiseta, la presenta al toro y lo cita:
- ¡Eh, eh, toro!
El toro, sorprendido, lo observa, lo huele y comprende que se trata de un niño.
- ¡Eh, eh, toro! ¡Ven p’acá!
Después de pensárselo un poquito, el toro se da la vuelta y se marcha tranquilamente. No piensa embestir a un niño.
Manuel no se conforma. Esta ofendido. Corre detrás del toro para forzarlo a atacar. Lo persigue durante buena parte de la noche. Nunca el toro querrá agredir al niño. Consigue despistarlo en el bosque.
Manuel esta cansadísimo. No ha dormido y correr detrás de la fiera lo ha dejado sin fuerza. Sin saber dónde está el toro, enfadado, se tumba un momento para descansar. Vencido por el cansancio, se duerme profundamente.
El toro escondido detrás de un matorral, lo observa tiernamente. Se acerca en silencio. Con delicadeza, con sus astas, coge la muleta y tapa al niño que empezaba a tiritar de frío en el frescor del alba.
Por la mañana, los vaqueros presencian esta escena conmovedora: Manuel dormido, tapado por una muleta arrugada, un toro echado a su lado calentándolo.
Del libro "Luminoso se mit à parler" de Fabrice, María e Isabel Torrito.
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